Un corazón normal, lucha homosexual, lucha humana
Creo que la existencia de Un corazón normal es necesaria, precisamente porque muestra una lucha desconocida por la mayor parte del público, una lucha que dejó centenas de muertos a sus espaldas y una lucha que, gracias a quién sea, cada día va superándose, aunque todavía siguen quedando restos de actos de homofobia en las noticias. Por eso, la existencia de Un corazón normal es necesaria. Ahora, más allá de su necesidad, su calidad teatral deja mucho que desear.
Un corazón normal, dirigido por Jesús Amate, es la versión al teatro off español de la obra de Larry Kramer, The normal heart. Cuenta la historia de Ned Weeks, uno de los líderes del primer grupo activista gay para la investigación del, para entonces desconocido, VIH. Cuenta el desprecio de las instituciones, la discriminación del planeta, el miedo homosexual y el avance de la enfermedad más allá de EE.UU.
Al entrar en la sala, una exhibición del mundo gay más profundo, más escondido y más nocturno se presenta ante nuestros ojos. Quizá pueda ser una exhibición gratuita pero es buena muestra del origen de la enfermedad, del todos con todos y de la imagen retrógrada y superficial que originó todo el desprecio hacia el mundo homosexual. Sin embargo, creo que a partir de ahí, a la historia de Un corazón normal se le tienen que restar tópicos y sumar realidad, algo que va sucediendo a medida que avanza la obra. La dirección de Amate es básica, creo que el hecho de estar en un formato off no te imposibilita el uso de recursos de montaje accesibles más allá de las entradas y salidas y los cambios de escena sin ritmo. Dos horas de función que se hacen interminables por una dirección evidente y sin pretensiones y una sucesión de escenas de similar objetivo.
Una dirección que olvida dar matices a sus actores. César Oliver da vida al protagonista de la historia. Su interpretación está cargada de intensidad y se percibe verdad en sus palabras pero la mayoría de las veces sigue una linealidad en sus enfados, faltan variaciones y se muestra descontrolado. A veces no hay que gritar cuando la acotación dice grita, hay muchas otras maneras de mostrar rabia. Interpretaciones extremas donde todo es drama y enfado. Para suavizar un poco esto nos encontramos con un personaje que oscila entre el estereotipo y la verdad. David Simón interpreta a Tommy y nos hace callar en un monólogo en el que muestra otra cara, antes desconocida, de su personaje. Igor Estévez dota de un interesante conflicto interior a su personaje y nos lo enseña sin evidenciarlo y Diego Santo Tomás impregna de una superioridad interesante a su Félix Turner. Pelayo Rocal, por su parte, no se deja llevar por el griterío pero se queda demasiado plano en algunos momentos. Cuesta encontrar ese punto justo.
Es muy complicado que un espectáculo salga bien si lo tienen que sostener los actores y estos no tienen una dirección paciente. Quizá ellos puedan dar la talla, ya que en algunos se ve profesionalidad e intensidad, pero no ha habido nadie que mida esa energía. Una pena. Un corazón normal podría haber dado mucho más de sí con un enfoque menos lineal y con un desarrollo dramatúrgico que vaya al grano y recorte momentos repetitivos.