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Pues me muero, sencillo monólogo musical



Amor y desamor, dos grandes sentimientos siempre conectados, ¿sientes amor cuando tienes que desenamorarte? Yo creo que sí. En Pues me muero conoceremos muy de cerca ese caminar hacia el olvido imposible después de una ruptura. Un monólogo musicalizado que se rodea de grandes temas de la canción española, desde María Jiménez hasta Camela, pasando por Rocío Jurado o Isabel Pantoja. No es un musical de divas de la copla, no, simplemente es que el desgarro de este género es idóneo para cantarle al desamor. También escucharemos boleros y canciones más aflamencadas en la potente y dulce voz de Alberto Frías, dirigido, sacando lo mejor de sí mismo, por Edu Soto.


El corazón humano pasa por siete fases hasta llegar al desamor completo, al olvido, para poder volver a enamorarse o ser feliz en soledad. Aquí nuestro protagonista hará un recorrido por todos esos sentimientos que todos hemos sentido alguna vez. En clave de humor, pasará por la pena, la rabia, la culpa,… cantándole con muy buen tono.


Pues me muero es un musical sencillo, sin grandes aspavientos dramatúrgicos ni espectaculares, que despierta ternura y ganas de amar. Me alegra ver cómo los artistas con talento cumplen sus objetivos. Alberto Frías llevaba tres años orquestando este espectáculo y ha sabido rodearse de un buen equipo que lo ha hecho posible. Con Edu Soto a la dirección, Richard Salamanca a la dramaturgia y con la música en directo de Moribundos Band, Pues me muero no consigue levantar al público de sus butacas pero sí levanta su alma. Ese piececito que no para de moverse cuando canta, esos labios que pretenden cantar las canciones que todo el mundo se sabe. Yo tenía ganas de concierto y el público ganas de aplaudir después de cada canción, aunque no sabíamos muy bien si hacerlo o no.


Como espectáculo, Pues me muero necesita coger ritmo y hacerse grande. Esa linealidad dramatúrgica no juega a su favor y, aunque hay buenas ideas que hacen que el montaje avance con gracia, la linealidad pesa y el ritmo es como una montaña rusa. A favor de que en los momentos de llanura sigamos con una leve sonrisa en la cara está Alberto Frías y un personaje tierno y sensible al que dan ganas de abrazar. Y, como no, una voz que hace que ninguna versión rechine, una voz con la que puede jugar y un actor libre sobre el escenario, pequeño cuando actúa y grande cuando canta.


Pues me muero es una obra para disfrutarla, para sentirla y para cantarla. Su aparente sencillez no es un defecto, su música y voz en directo serán un buen homenaje a las canciones de nuestra vida. Un montaje que cogerá agilidad, frescura y soltura a medida que avancen las funciones y que tiene un gran punto de partida, la profesionalidad, el talento y las ganas de presentar un trabajo hecho con amor.


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