El día que Chéjov bailó con Elvis, juntos pero no revueltos
¿Qué pasaría si Anton Chéjov y Elvis Presley se encontraran una noche y decidieran tomarse unas cañas? Esta es la pregunta que el director David Planell ha querido responder en el montaje de El día que Chéjov bailó con Elvis. La respuesta queda un tanto desdibujada ya que el director, y también autor de la versión, no consigue lo que pretende, no logra fusionar a dos grandes sino que al final la música acaba siendo una excusa para aligerar los cambios de escena. Músicos con bastante gancho pero con poca energía escénica que intentan levantar un montaje bastante plano en el que sólo destacan las escenas de Gisela Novais.
Una sucesión de sketchs cómicos de Chejov, como ya pudimos ver en el montaje de Atchuss! en el Teatro de la Latina, pero con un toque más contemporáneo. Humor liviano, crueldad, despertar de la inocencia, intento de seducción, un Don Juan moderno medio francés, medio italiano, y un matrimonio sin chispa, una prueba de casting y la música de Elvis. Todo esto intenta fusionarse en la versión que realiza Planell de los textos del autor ruso.
No me he puesto a ordenar las escenas de otra manera, pero creo que la sucesión de las mismas y los cambios de actores no ayudan al ritmo de la función y sólo hace que las canciones, tocadas con gusto y mimo por el trío de jazz o que esa Marilyn recreada por Gisela Novais, parezcan puestas ahí para hacer posibles y más amenos los cambios de escena. La idea de partida de la función es estupenda, original y creativa, pero el resultado de la misma queda empastado y hace que la idea sea más bien una excusa que un punto de partida.
Las escenas que componen El día que Chejov bailó con Elvis son contadas con gracia, con un toque contemporáneo que acerca al espectador a las situaciones pero con poca energía. Todo tiene un ritmo demasiado parsimonioso ajeno a la comedia lo que hace que el humor sea lento y olvidadizo. Aún así la creatividad de los textos de Chéjov y algunas buenas ocurrencias de Planell como director hacen que la función transcurra con gracia y el público acompañe las peripecias de los personajes.
Como ya he mencionado, una de las causantes de los buenos momentos de El día que Chéjov bailó con Elvis es Gisela Novais, si como cantante nos gustó, cuando presenta su faceta de actriz nos cautiva aún más. Al principio, nos descolocan un poco sus intervenciones como esposa enamorada, quizá con poco cuidado en la vocalización, pero cuando entra en faena, nos convence en cada uno de sus personajes, realmente divertida en la escena del casting, donde también sobresale Begoña Caparrós, actriz que defiende todas sus escenas pero que no logra verse como prostituta barriobajera, ya que le falta toda la picardía y energía que ese personaje le requería. Al conquistador, al Don Juan contemporáneo, que nos acompaña durante toda la obra, al que da vida David Fuoco, le falta chispa al principio -por cierto, ¿porqué él parece que imita un francés extraño y luego lo imitan hablando en italiano y con palabras en ese idioma?-, pero poco a poco nos acaba convenciendo y deseamos que consiga su objetivo, también le ayuda a eso la interpretación desangelada, propia del personaje, de Miguel Ángel Bueno, que evidencia las marcas, y no logra que el espectador empatice con el marido. Tampoco funciona su escena con Víctor Muz que, aunque Muz está correcto en su papel, se le podía haber sacado mucho más juego a la situación, algo de lo que también peca Diana Torres, correcta pero con mucho jugo por exprimir.
El día que Chejov bailó con Elvis es una buena idea con una pobre ejecución, la música en directo funciona y nos regala un gran final, pero el montaje es poco enérgico restando comicidad a situaciones que podrían dar mucho más de sí. Está claro que el baile que bailaron no fue agarrado, voto más por un rock and roll, juntos pero no revueltos.