Windsor, hoy todo se puede saber
Antonio Rojano está llamado a ser uno de nuestros dramaturgos contemporáneos más cotizados. Es la quinta obra suya que veo y en muchas habla de un halo profesional que camufla lo personal, lo que de verdad duele, lo que motiva los corazones de los personajes. Windsor celebra el décimo aniversario del incendio con más incógnitas de la capital y lo hace a través de un reportaje viral en un periódico digital. Becaria y director, ambos se juntarán para intentar sacar la verdad de las sombras que se escondían tras el edificio en llamas y, quien sabe, quizá más verdades salgan a la luz. Max Lemcke dirige a Anibal Soto y a Sara Mata en este montaje que es como un buen reportaje de investigación, te mantiene en vilo y con ganas de encontrar respuesta a las incógnitas que te plantea.
Sara es una periodista en prácticas a punto de finalizar su contrato como becaria. Se encarga de las redes sociales y, como no, de poner cafés. Sin consultarlo con sus superiores, escribe un artículo sobre la verdad del caso Windsor. A las dos horas de subirlo a la red, se hace viral. La historia comienza cuando Eduardo, el director de Tribuna Digital, la llama para pedirle explicaciones.
Verosímil, impactante y humana. Las tres normas básicas de todo buen reportaje. Tres reglas que cumple el montaje que se estrenó anoche en Nave 73. Verosímil porque, aunque parezca un poco rocambolesco, todo puede pasar. Impactante porque deja al espectador anonadado ante un final que descubre los verdaderos secretos de los personajes y humano porque la razón de todo lo que sucede en escena parte de sentimientos clavados a fuego en los personajes.
Partiendo de estos tres ingredientes, Rojano ha sabido plasmar en su texto las circunstancias de una redacción de un periódico con reservada actualidad, habla de comercialidad, de fuentes, de verdades, de secretos de estado y de polémica, si bien es cierto que el tema de los cafés es más mito que realidad –hablo en base a mi experiencia-, y que la relación entre los personajes peca de demasiada confianza rompiendo de manera extraña las reglas de superioridad. Pero todo tiene un porqué y las motivaciones de los personajes darán explicación a este hecho.
Elementos técnicos –fácilmente corregibles-, aparte, luces que no iluminan correctamente a los personajes, proyecciones que se ven con poca nitidez, algún teléfono que suena a destiempo y transiciones que deberían aligerarse para que el espectador no se despiste, para que el interés por la trama no se disipe, Windsor sabe mantener la atención del público en pie y lo hace gracias a dos personajes que no actúan con normalidad. Su relación despierta mi interés. Seducción, cierto aire paternalista, recuerdos de los comienzos en la profesión, verdades contadas a medias esconden una relación que va más allá de la redacción y del despacho ¿acristalado? del director.
Lemcke ha sabido darle el aire naturalista que necesita este libreto. Y lo hace enfrentando a Aníbal Soto y a Sara Mata a un duelo actoral en el que ninguno está al cien por cien. Falta conexión entre ellos, que la verdad de los personajes cale más hondo. Estoy seguro de que pueden dar mucho más de sí. Partiendo de esto, Soto hace muestra de una grata presencia escénica y, aunque su voz pierda volumen a veces, transita igual de bien por la arrogancia que por el desconcierto. Mata se enfrenta a un personaje más complejo, que da información de a poquito. El espectador se cree a su personaje, consiguiendo que veamos que algo raro hay detrás de esta periodista ambiciosa. Gran trabajo pues sería muy sencillo mostrar demasiado desde el principio o no mostrar nada. Sin embargo, echo en falta mayor implicación en la verdad que esconde, cuando todo sale a la luz el dolor se queda constreñido.
Un encuentro generacional entre dos actores -algo que se añade a los personajes- que tienen mucho trabajo por delante todavía. Tengo ganas de volver a ver la obra después de varios bolos, cuando Aníbal y Mata se miren a los ojos y descubran a sus personajes. Hay muchas capas exploradas pero otras tantas por explorar. Un camino gustoso por el que caminar. Y el fuego del teatro los acompañará.