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Los temporales, cuando el trabajo es tu familia



Hay obras con carácter, obras originales, obras con sensibilidad y obras que no pasan desapercibidas. Buenos adjetivos, entre muchos otros, que definen a la perfección a Los temporales. Escrita por Lucía Carballal y llevada a escena por Víctor Sánchez Rodríguez, el director ha conseguido dotar a la obra de la misma sensibilidad que ya pudimos percibir en Nosotros no nos mataremos con pistolas. Y en su reparto destacan Mamen García, Lorena López y Nacho Sánchez.


Cuatro trabajadores de una ETT. Job Now. En sus manos está el futuro de muchos parados, de familias que esperan el sustento de una situación laboral más fructífera. Y en sus manos está la esperanza, el alivio, la felicidad de un ser humano. Pero ellos también son seres humanos, trabajadores sí, pero han convertido ese trabajo en su vida, sus compañeros de oficina en su familia y su tiempo de ocio en las reuniones del sindicato. Ahora, les piden que vivan a dos pasos del trabajo, en viviendas destinadas para ellos. ¿Empleo o secta?


Los temporales consigue despertar la ternura en el espectador, un anhelo de una vida mejor que todos los personajes quieren alcanzar. Algo que ya hemos visto muchas veces, sí, pero esta vez, todos tienen un trabajo que, a simple vista, podría hacerles felices. La visita de un coach hace que todos ellos se replanteen su vida. Un taller transpersonal consigue que se vean a ellos mismos desde fuera y se cuestionen cómo es su vida realmente. Dramatizaciones crueles pero sinceras. Carballal escribe un texto en el que cada actor tiene buenos momentos para lucirse que el director sabe subrayar con fluorescente. Quizá sean demasiado descarados pero obligan al espectador a conocer muy a fondo a los personajes, sus miedos, sus sueños, sus ilusiones… Y eso me encanta.


Con un ritmo constante, afilado y dejando a cada personaje su espacio, las escenas grupales son interesantes pero donde realmente triunfa Los temporales es en las escenas de a dos, donde los monólogos son estrellas que brillan en el firmamento, sobre todo los de Lorena López, que construye un personaje deprimido, sin aliento pero con esperanza porque una vida mejor sea posible. Sensibilidad en su justa medida, gran trabajo actoral el de López.


Horas y horas en el trabajo, generaciones que han vivido otra situación laboral, más relajada, con menos presión, y jóvenes como Bruno que llegan con ganas e ilusión y dándolo todo por prosperar en su trabajo. La familia es clara. Padres e hijos. Desaliento e ilusión. En la cúspide de todo esto está el personaje que interpreta Mamen García -¡Dios, quiero trabajar con ella!-, que se toma el trabajo como diversión, sin involucrarse demasiado en los temas laborales porque ella lo único que quiere es cantar. ¿Cómo puede conseguir en ese final soñado que nos riamos y emocionemos a la vez? Sobresaliente. Geniales también sus dos bailarines. Carlos Heredia está correcto con frases célebres como “El sindicato es un templo”, encuentra el punto exacto al que dar verdad a su monólogo. David Boceta, por su parte, halla la clave en su tono de voz frío para ese coach que aparenta no querer involucrarse pero no rompe con eso cuando entra en lo personal, cuando en su encuentro con Lorena López, vemos a la persona y no al coach. El que aparenta no hacer nada pero lo consigue todo es Nacho Sánchez, es la tercera vez que lo veo en escena y tiene algo innato que me atrapa. Ternura e ilusión a partes iguales.


Los temporales es una clara muestra de en lo que nos hemos convertido. Del miedo que tenemos a perder el empleo, a no encontrar otro luego, ese miedo que hace que lo aguantemos todo y que nos deshumanicemos y las desgracias ajenas nos parezcan un cuento chino. Se ha perdido la empatía. En la oficina de Los temporales no se trabaja –quizá hubiese estado bien que en algún momento se les viese trabajar-, se vive.


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