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Ophelia, radiografía de la locura



Un dedo acusador, acusador de su locura, de la locura que expande sus fronteras más allá del centro psiquiátrico de Elsinor, de la cabeza de Ophelia, la locura que se encuentra en las calles, en los despachos de los políticos, en nuestra hipocresía y en nuestro silencio. Arturo Turón vuelve a mostrarnos su universo a través del alma de la mujer que confiesa sus miedos más oscuros. Andrea Dueso se mete, de nuevo, en la cabeza de Turón para dar vida a una obra que recibe el nombre de ella y no de él, de Ophelia y no de Hamlet.


Tres mujeres, tres épocas, un mismo personaje. Tendencias suicidas. Ophelia se encuentra en un hospital psiquiátrico y como si fuese capaz de hablar con sus antepasados, se encuentra en su cabeza con dos Ophelias que murieron, que no las pillaron suicidándose, que consiguieron salir de este mundo, porque no eran felices. ¿Locura? Júzguenlo ustedes mismos. Yo diría, más bien, incomprensión.


Con mal cuerpo, así sale uno de Ophelia. Un universo para gustos poéticos y que buscan algo más allá que puro entretenimiento en una obra de teatro. Remueve conciencias. Dueso se coloca frente a ti, te mira a los ojos y te asusta con una visión tan pesimista como realista de nuestro mundo.


Arturo Turón presenta a la protagonista relevada a un papel secundario, presenta su visión particular de un personaje que siempre ha llamado mi atención. ¿Qué pasaría si Ofelia no hubiese muerto? ¿O si nos hablase después de muerta y nos contase su visión de la historia? Una propuesta compleja y muy personal de una premisa interesante. Al montaje le cuesta arrancar, cuesta crear las tres épocas, cuesta enfocar el enfoque del autor y cuesta entrar en la locura que nos quiere mostrar. Pero una vez que todo nos empieza a cuadrar, te sumerges en su mundo y te atrapa, te envuelve, como nos ha pasado en el resto de obras del autor y director.


Esta vez, Turón se ha rodeado de un reparto más amplio, encabezado por una ya conocida actriz, Andrea Dueso, que da una cuerda naturalidad a una Ophelia tachada de loca por todos. En su monólogo final, sólo necesitas mirarla a los ojos para creerte todo lo que te dice. Sus otras dos Ophelias, interpretadas por Laura de la Isla y Elena Martínez, ofrecen una interpretación más inestable. Tienen momentos de una calidez interpretativa notable y otros de demasiada frialdad. De la Isla está genial en su monólogo pero no terminamos de empatizar antes de él. Martínez nos sorprende con su llegada naturalista después del baño, parece otra, alejada a la frialdad de la Ophelia clásica que escuchaba el “vete a un convento” de Hamlet. Carlos Troya interpreta a este Hamlet, con una vocalización descontrolada, pero con una energía contenida muy interesante. Laura Aparicio interpreta a la doctora pero pasa sin pena ni gloria. Entiendo su neutralidad pero le falta fuerza y humanidad.


“Que me olviden, que me dejen morir”, “¿Quién eres en realidad?”, “¿Qué hay de malo en la muerte”, “Estamos muertos en vida”, versos que hacen que recorras el camino a casa pensando, reflexionando, algo que no lo consiguen todas las obras. ¿Está loco el que no entiende este mundo y quiere huir de él? ¿Estaba loca Ophelia por no entender el comportamiento de Hamlet, por no entender lo que estaba pasando a su alrededor? ¿O estamos locos todos al no entender lo que pasa a nuestro alrededor y no hacer nada?


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