Alejandro Magno, la conquista del universo
El Festival de Mérida nos presenta a un personaje repleto de leyendas y libros de historia pero desconocido por el gran público. Todos sabemos de sus hazañas pero desconocemos su persona. Jean Racine escribe sobre él y Eduardo Galán y Luis Luque lo versionan para estrenarlo en el festival, dirigido por Luque. Félix Gómez se mete en la piel de este personaje, destacando su lado humano frente al guerrero.
El espectador no puede evitar tener la misma dualidad que tiene el propio personaje. Alejandro Magno es más bondadoso por intentar conquistar a través de la paz o simplemente es hipócrita por conquistar lo que no es suyo. Alejandro se cuestiona su bondad porque pese a que intenta mantener la paz, a su alrededor siempre fluye un río de sangre. Luque consigue unir el lado guerrero y humano de un personaje que nos conquista desde que se desliza del caballo.
Nos encontramos ante la última batalla del rey de reyes. La última conquista, las Indias. Un mundo imaginario se presenta ante nosotros. Alejandro enamorado de Cleófila, hermana del rey Taxilos. Los reyes luchando por el amor de la misma mujer. Poder y amor se fusionan en una lucha por la tierra y el corazón.
Ante nuestros ojos, se presenta un montaje con un inicio que impresiona. Alejandro subido en su caballo cruza las aguas del escenario, que muestran su reflejo sobre las históricas columnas del teatro romano. Algo litúrgico. Fuego, agua, máscaras, tambores, tradición. Dos mundos bien diferenciados. Oriente y occidente. La batalla está servida y como en buena tragedia, la lucha de espadas será narrada, la imaginación del espectador debe trabajar. Me encanta. El mundo de La India cuesta asimilarlo, la presentación de su atmósfera es favorable, es bella, pero algunos aspectos introducidos, como el katakali en los movimientos de ellas, me resulta algo forzado.
Ante nuestros ojos encontramos un reparto desigual en el que los indios pierden también en la batalla teatral. La concepción de su mundo no les favorece. La comunicación entre los reyes indios no fluye con normalidad, hay demasiada pausa y falta conexión entre los intérpretes. Diana Palazón –me encanta esta actriz-, pasa desapercibida con un personaje que podría tener más potencial, está en demasiado segundo plano en muchas ocasiones y eso no le favorece, y a Marina San José le falta elegancia en su sensualidad, queda algo brusca a veces. Eso sí, la fuerza y furia de su personaje hace que se coma el escenario. Aitor Luna compone un rey extraño. Es la ira personificada, un león que ruge cuando intentan quitarle lo que es suyo, pero le falta humanidad. Neutro y sin fuerza se presenta Unax Ugalde que, en su segundo trabajo teatral, pisa un escenario que se le queda grande. Del lado macedonio se presenta Armando del Río que camina con fuerza y coraje. Espléndida escena con Alejandro donde vemos de una manera discreta pero evidente, el amor entre ellos. Amparo Pamplona aprovecha con profesionalidad sus intervenciones y es un placer verla en escena. Y Félix Gómez –gracias por estar a la altura del personaje-, disfruta con la oportunidad que le han dado. Muestra con pulcritud las dualidades del personaje, sus miedos, sus sueños, las inseguridades de un héroe. Reparte con acierto la fuerza y su lado más niño, el arrojo y la quietud, las múltiples capas del guerrero.
Mónica Borromello diseña una escenografía que podría haberse aprovechado más pero quizá la microfonía impedía que los personajes pudiesen mojarse con libertad. Alejandro Magno es un montaje que promete ser más espectacular de lo que realmente es pero que cuenta con acierto y aplomo la historia que quiere contar. Teatro hecho teatro donde todos los elementos ajenos a la palabra ayudan a crear el mundo de Alejandro Magno.