Los hilos de Vulcano, el juego del amor
La obra dirigida por Marta Torres rompe el escenario del Teatro Romano de Mérida con la voz de Carmen París, las acrobacias de Alex Arce y la percusión de Toom-Pak. Una conjunción de artes escénicas que elevan al espectador al cielo de los dioses que conoceremos a continuación y al fuego de una fragua que quema los corazones de mortales e inmortales. Una comedia que divierte al público que se funde con las chispas del metal.
“La estupidez nos trae aquello que quisiéramos evitar”, con estas palabras se nos presenta esta comedia de celos, amor, sexo, infidelidad y feminismo. Porque ante todo, en Los hilos de Vulcano la mujer reclama sentirse querida, valorada, libre e igual al hombre, disfrutar juntos dentro y fuera del matrimonio y dejar de sentirse una mujer objeto a la que admirar sin tocar. Vulcano cree que su mujer, Venus, le repele y ni siquiera hace el intento de acariciarla. Para desatar sus pasiones, se entretiene con Aspasia, la más experta del burdel, pero no soporta que su mujer sea deseada por otros hombres y traza una artimaña para descubrir si Venus le es infiel.
Dicen que las comedias están hechas para divertir al espectador, y tejer bien los hilos para conseguir buen ritmo y risas atentas es su principal función. Yo lo creo así, pero, además, creo que el humor debe tener una pizca de inteligencia e intentar sobrepasar la risa de lo ya conocido. Los hilos de Vulcano se queda a medias en ese terreno. Nos reímos, sí, pero muchas veces utiliza recursos ya vistos antes, algo que no la inferior puesto que en ese a medias rinde humores que hacen reír a todo el patio de piedra. Genial es la figura del Dios Sol, una visión acertadísima de un personaje que se desenvuelve por el escenario como si fuese su propia galaxia a la que ilumina. Tomás Pozzi le da vida y engrandece la función.
Sin lugar a dudas, uno de los puntos fuertes de Los hilos de Vulcano es la presencia de Toom-Pak, injertados magistralmente en la composición escénica y dramatúrgica de la obra. Esos trabajadores mudos de la fragua que manejan el hierro y percusionan sus herramientas. Es un espectáculo de música en vivo que crea una imagen de fuerza y guerra. Todo un acierto en un espectáculo que fusiona música, percusión, acrobacias e iluminación –a cargo de José Manuel Guerra- en vivo.
Y la función no podría ser redonda si no estuviesen a la altura un reparto entendido en la comedia. Fele Martínez crea un personaje que se hace querer a pesar de su machismo exagerado, tiene corazón y Martínez lo defiende con grandeza, especialmente en un monólogo que para el tiempo y nos rompe el corazón. Verónica Forqué es una maestra de la escena y no puedo sino recordarla con este tipo de personaje en sus intervenciones en Kika o en ¿Qué hecho yo para merecer esto? de Almodóvar. En su primera frase ya se gana al espectador y te mantienes toda la función a su lado. Descubrimiento escénico el de Javier Mora que no suelta su personaje en ningún momento y que, pese a que lo hemos visto en películas interpretando a guapos de escasa inteligencia, aquí despierta humor y ternura a partes iguales, aprovechando cada una de sus intervenciones. Mélani Olivares podría haber llevado más al extremo su personaje, aunque reclama con fuerza y un punto justo de comedia, su papel. Algo que también le suceden a Santi Marín y Nur Al Levi, cuyos personajes deberían tener algo más que los distinguiese y los hiciese presentes ya que, sin quererlo, se quedan en un segundo plano. Podrían aprovecharse, desde dirección, mucho más. Carmen París añade la parte musical con una voz única pero con alguna canción que resta más que suma.
Los hilos de Vulcano –por cierto, después de tanto espectáculo sonoro y visual podrían haberse trabajado un poco más el efecto de los hilos en los amantes-, da lo que promete, una hora y media de risas y personajes en una clave de comedia atrevida y eficaz. Dudo que puedan conseguir semejante espectáculo en un teatro convencional, estaremos atentos.