Los tiempos no están cambiando, el final eterno
Cuando el amor se acaba, cuando lo único que queda entre dos personas son los reproches y el silencio, en ese momento en el que ya no vale con mirarse a los ojos, ya no hay nada que pueda salvarlo. O sí. En la pareja protagonista de Los tiempos no están cambiando, hay algo más que los une, además del silencio y los reproches, un hijo de catorce años, concebido en un momento de locura trasnochada que será más listo que ellos y hará lo imposible porque su casa no quede en el abandono. José Luis Verguizas dirige este texto de José Fernández, que pone imágenes a esa canción de Bob Dylan, y que protagoniza el propio autor junto a Silvia Acosta.
Teo y Ana han vivido su relación intensamente, desde su encuentro, sus primeros días de sexo, la intensidad política y revolucionaria de la juventud y la universidad,… hasta que esa intensidad se vuelve fría y ya no hay luchas ni revolución, tan sólo queda el egoísmo y mirarse el ombligo para poder ver frente a un espejo cómo el tiempo nos ha cambiado. ¿Ha sido el tiempo o hemos sido nosotros mismos? Nos encontramos en plena separación de bienes, en el momento de embalar y decidir qué cosas son de cada uno, si ese disco que nos regalaron a los dos es tuyo o es mío. Decisiones difíciles y dolorosas.
Si hay algo que sorprende desde el principio en este montaje son los saltos en el tiempo, saltos bien ejecutados que no distraen al espectador sino que aclaran muchos puntos en la relación de esta pareja. Un simple cambio en el vestuario, en el pelo o un leve movimiento escenográfico, nos sitúa en otra época, indefinida, o en otro espacio para volver inmediatamente a otro punto del presente en el que lamentamos que esa pareja alegre y con ilusión, ahora sea gris e indefinida. La dramaturgia de Fernández es eficaz en ese sentido pero peca de otorgarle a los personajes demasiado contenido poético en sus palabras que restan naturalidad a los intérpretes, algo que manejan cuando el texto les acompaña. Fernández atraviesa con limpieza los estados de ánimo de Teo y defiende con coraje su situación. Lo comprende y lo ejecuta con claridad. Acosta construye un personaje más frío que transita sus emociones desde dentro, sin dejar que exploten, pero lo difícil es ver que de verdad están ahí y Acosta lo consigue. Una pareja que se conoce y viven juntos esta aventura teatral. Sin embargo, hay algo raro en el tema de la paternidad, es complicado ver que los dos intérpretes puedan tener un hijo de catorce años.
De una manera poco convencional, Los tiempos no están cambiando nos vuelve a hablar de ese conflicto generacional que nos acompaña. Ese miedo a fracasar, a sentirse un fracasado, a no llegar a nada en la vida, a no ser lo que queríamos ser, a enfrentarse a la realidad que nos mantiene en vilo. El miedo. Y más cuando les acompaña un hijo al que ya deberían haber educado, un adolescente al que no conocen, que se les rebela. ¿Es el mundo el que va mal o somos nosotros los que no hemos sabido adaptarnos a este mundo? Los tiempos no están cambiando, nosotros estamos cambiando.