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Aquiles, el hombre, iguales ante la muerte



No saber por dónde empezar a escribir una crítica no es sinónimo de mal augurio. En Aquiles, el hombre, los gritos de oráculo y la palabra del destino son de vital naturaleza y aquí el destino me obliga a dejarme llevar en la escritura. La función que diseña José Pascual para el Teatro Romano de Mérida nos plantea la funcionalidad de la guerra y el poder de un solo hombre ante la adversidad. El héroe se vuelve humano y el personaje, persona. Roberto Rivera compone dramatúrgicamente esta escena contada en la Ilíada subiendo al escenario a un radiante Toni Cantó.


La historia de Aquiles, más allá de su famoso talón del que no se habla, es sencilla. Una historia que narra la envidia y la soberbia del dictador Agamenón, el coraje y el orgullo de un héroe, la rabia, la venganza y el perdón, y la fidelidad de un ejército dispuesto a caer en el campo de batalla por una guerra sin sentido.


José Pascual crea una atmósfera, ayudado por el diseño escenográfico siempre eficaz de Curt Allen Wilmer, en la que los guerreros se mueven con cansancio, con agotamiento pero con coraje, se enfrentan ante una nube de enemigos que no se ven traspasando la frontera de las piedras y columnas de Mérida. Sus andares marcan nueve años de lucha y un fino hilo de éxtasis inunda toda la escena, bien aprovechada por Pascual. El clima creado nos atrapa y la historia está bien trazada en un montaje arriesgado donde lo clásico se funde con efectos de sonido futuristas y helicópteros. Sin embargo, me sobran momentos como cuando en la lucha de Aquiles y Héctor, los guerreros juegan a ser guerreros y luchan con el viento sin entusiasmo.


El elenco es compacto, todos apuestan por la propuesta y sudan la lucha pero echo en falta un mayor aprovechamiento de la figura de los guerreros. Pepe Ocio, David Tortosa –me alegra mucho verlo en este escenario, se puede-, Oscar Hernández y Rubén Sanz cumplen con ganas su cometido pero no hay nada que los distinga como personajes. El texto de Rivera lo menciona levemente, pero falta distinción. Pascual no ha sabido sacar partido a un formado elenco que podría haber dado mucho más de sí con unos personajes con personalidad. Algo se vislumbra en la borrachera y desidia de Hernández, que tiene muy buen comienzo del que nos olvidamos pronto, y en ese halo de sabiduría de Ocio, pero la poca importancia de estos personajes se demuestra cuando perdemos al guerrero de Sanz sin pena ni gloria. Todo para ensalzar la figura del héroe que Toni Cantó interpreta dando valor y sentido al texto, pese a que en varias ocasiones se acelerase pisando texto, no importa, seguro que en las próximas funciones, no pasará. Derrocha fuerza, coraje y está al cien por cien en toda la función, aunque echamos de menos que sus flaquezas sean más flaquezas, dándole mayor verdad a su tragedia. Octavi Pujades crece en su última escena, convenciendo a Aquiles de su plan, Miguel Hermoso roza la delgada línea entre la verdad y lo patético y estereotipado, quedándose en un punto muy acertado pero sobrepasándolo en algunas ocasiones, restando credibilidad al personaje. Ruth Díaz es la cara femenina de este entuerto y germen de la disputa, notable en el drama de su escena final con Aquiles pero con un personaje al que lamentamos ver en tan segundo plano. Lo mismo le pasa a Lourdes Verger y a Philips Roger que interpretan a personajes sin sustancia, aunque este último aprovecha su escena como Príamo.


Aquiles, el hombre es un montaje que necesita sopesarse, dormirlo y recordar ese poso creado cuando la tragedia hace efecto. La inutilidad de la guerra sigue estando de actualidad y sentencias como “La muerte sólo siembra muerte” se apoderan del espectador. La muerte iguala a vencedores y vencidos, nadie gana nada en la muerte, y así termina Aquiles, con un desenlace demasiado abrupto entregando el cuerpo inerte del verdugo de su mejor amigo a su padre porque, al fin y al cabo, todos somos hombres. Se respira teatro, se respira entrega.


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