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El pequeño poni, una mochila de caballitos de colores



El pequeño poni se presenta como una obra “sobre el acoso escolar (…) una reflexión acerca de la libertad, el miedo y el instinto de protección, un retrato de la ceguera, la ineptitud y los prejuicios sociales de los adultos”. Una buena presentación pues da lo que promete. Y con creces. Paco Becerra presenta un texto naturalista, a ratos poético, dejando gran parte del trabajo a la interpretación de unos actores que resuelven con presencia una tarea complicada. Luis Luque consigue mantener la tensión y la atención en el espectador desde el minuto uno dejando libres a Roberto Enríquez y María Adánez para sentir y hacer sentir las emociones de sus personajes.


Inspirada en hechos reales, concretamente en EE.UU. en el año 2004, la historia que nos propone Becerra presenta a dos padres y su incapacidad para tratar el acoso escolar de su hijo, incapacidad promovida por un colegio que no sabe resolver el problema desde la raíz. ¿Quiénes son más culpables, los padres o el colegio? Que cada uno piense, analice y juzgue, que esta obra da para rato.


Y es que es El pequeño poni te hace reflexionar, estar activo, querer levantarte de la silla a dar tu opinión, a abrir los ojos a esos padres que no quieren ver lo evidente, a quizá estropear las cosas más de lo que están. Ninguno sabemos cuál es la mejor opción a tomar, la solución al conflicto, y por eso, seremos empáticos con estos padres. Por desgracia, lo que se nos plantea en escena no sólo es ficción pero no podemos meternos en cada casa a dar nuestro punto de vista. Eso lo haremos a la salida del teatro. Luis Luque sabe mantener una línea continua en sus espectáculos y aquí lo hace con ejemplaridad. La historia avanza con paso firme, aunque el final quede demasiado mágico y poco realista. El texto de Becerra, a veces dicho y escrito sin demasiada cotidianidad –otras roza esa fina línea entre la vida y el teatro con positivo asombro-, nos obliga a permanecer activos y no hay nada mejor cuando estás sentado en una butaca. Y también cuando estás subido a un escenario. Becerra obliga a sus intérpretes a ser creativos, a proponer continuamente y a viajar por el drama de los personajes desde la verdad, tratando de entender un problema, igual que lo están intentando entender los propios personajes. Y es así como María Adánez y Roberto Enríquez viven la escena. Todo un acierto.


Luque permite que su reparto se deje llevar, que sientan en escena y se muevan en base a esto. Y es muy bonito ver a un actor libre en el escenario, pese a que les pone una tarea complicada en los cambios de escena, pasar de cero a cien y de cien a cero en apenas segundos, algo que los dos intérpretes resuelven con maestría. Geniales en los momentos de tensión, tanto Adánez como Enríquez solventan papeles complicados, personajes complejos, con fisuras y giros argumentales, y a aunque a ella se le ve esforzada en algunos momentos, sienten y hacen sentir.


¿Odiar al diferente es ser una persona normal? Una pregunta de aparente fácil respuesta pero que se complica en El pequeño poni. Ideales, personajes demasiado ilusos a veces, donde la realidad no siempre es lo que nos gustaría que fuese. Y todo, por una mochila con caballitos de colores.


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