Pedro y el capitán, ¿estás dispuesto a hablar?
Pedro y el capitán, torturado y torturador. La obra de Mario Benedetti nos presenta la difícil visión de la tortura. No vemos la física más allá de la sangre y las heridas que cada vez más van apareciendo en el cuerpo de Pedro, alias Rómulo, al que da vida Antonio Aguilar, pero sí vemos esa tortura psicológica que, en ocasiones, parece cambiarse de rol. La mala conciencia, la familia y el deber se enfrentan en una sala oscura donde una lámpara tenue en el techo y un flexo perturbador iluminan la estancia. Tomás P. Sznaiderman y Blanca Vega dirigen esta función dura y cruel que cuesta ver.
Una obra que cuesta ver pero que hay que ver, sobre todo porque, aunque queramos ser ajenos y echar la mirada a un lado, no son pocos los países que siguen utilizando la tortura como medio para obtener información del acusado. Aquí vemos como el Capitán intenta disuadir el silencio de Pedro, instándolo a hablar para no sufrir daños físicos. Pero a Pedro sólo le queda una cosa, su negativa.
Dura y cruel. En Pedro y el capitán llegamos a sentir el dolor de los intérpretes. El físico es más obvio, los restos en el cuerpo de Pedro lo dejan ver, pero el psicológico también hace daño. ¿Merece la pena callar? ¿Seríamos capaces de hacerlo? ¿Por quién o quienes seríamos capaces de guardar silencio? Y, por otro lado, ¿seríamos capaces de ver y oír la tortura frente a nosotros diariamente? La compañía El Hangar nos presenta una función sin fisuras, donde no hay miedo al realismo, a mostrar las cosas tal como son, aunque el maquillaje tenga que hacer de las suyas. La obra de Benedetti está escrita así y los directores apuestan por la sencillez escénica para ahondar en las profundidades psicológicas de los personajes.
Personajes interpretados con energía por Antonio Aguilar y José Emilio Vera. Aunque con momentos donde el espectador no logra entender el texto –sobre todo cuando se afloja-, ambos defienden con naturalidad los acentos argentino y uruguayo. Pero es, sobre todo, su grado de implicación lo que nos conmueve. Dar todo por un personaje y por una situación, eso es lo que vemos en escena, con dos actores que se compenetran y respiran juntos. Aguilar nos convence corporalmente, muestra el miedo con el cuerpo como nadie, aunque sus palabras y su humor negro sean otras, y nos emociona en la carta de le dice a su mujer e hijo. Vera nos atrapa en su evolución, aunque quizá la entrega y la sensibilidad de su personaje se presenta demasiado pronto, a veces llegamos a pensar que es sólo una estrategia para obtener información.
Una evolución en el personaje del torturador que nos muestra a la persona que hay detrás, una radiografía sobre su figura y sobre su psique, tanto que consigue que el espectador llegue a empatizar con él, sintiendo su propia tortura por justificarse, por hacerse entender que lo que hace tiene una razón de ser, aunque sepa a ciencia cierta que no la tiene. Pedro y el capitán sitúa al espectador en otra mente, nos coloca frente a los dos personajes y nos hace preguntarnos, ¿estaríamos dispuestos a hablar?