Yo, Feuerbach, esperando al gran director
La silla y el espacio vacío. Un espacio vacío que el actor debe rellenar. Despertar su imaginación y la del espectador y hacerle creer que estamos en la taberna de Falstaff, en plena corte, en el París de principios de XIX o en un parque otoñal. Un espacio sagrado. El escenario. Antonio Simón escoge a Pedro Casablanc para dar vida a este personaje, para hacer del actor que actúa en busca de una segunda oportunidad que es un despertar hacia la vida. Una espera, llena de delirios y exagerada, que mantendrá al espectador atento y “ojiplático”.
Una prueba más, un montaje más, un director más y un actor más. Seres y momentos cualesquiera en la vida de cualquier persona que pueden llegar a ser vitales y únicos en la existencia de una persona única. Una vuelta a empezar en la rueda de la vida, donde el trabajo lo es todo y donde sentirse valorado y apreciado puede salvar cabezas.
Yo, Feuerbach recoge los miedos de todo actor, las inseguridades, la soberbia, el ego, las tristezas y alegrías, ese momento en el que sientes observado, pequeño, a los pies del precipicio, ante un abismo que es el escenario. En escena, dos edades, dos épocas y dos maneras de entender el mundo del arte. La tradicional, luchadora inagotable, y la actual, donde lo cibernético premia sobre el contacto a los ojos, sobre la sensibilidad. Antonio Simón ha sabido coordinar ambos puntos de vista y transmitir al espectador la cruel realidad del ser humano en los tiempos de crisis. Seas actor o zapatero, artista o albañil, todos nos merecemos una segunda oportunidad, que alguien nos acerque su mano para volver a empezar, que nos den un empujoncito para sentirnos seguros.
Un análisis de la figura del actor que se presenta en escena con cambios de ritmos acertados y que rompe en su linealidad justo cuando es necesario. Al escribir en mi libreta, “Necesito que pase algo más”, todo se revoluciona y el espectador ya no puede cerrar los ojos. Lo que pasa en escena nos interesa, el personaje protagonista nos interesa y Samuel Viyuela se convierte en buena muestra de nuestras reacciones desde la butaca, incluso llega a ocupar ese sitio en más de una ocasión, tan extrañado como el espectador. Lo que realiza Pedro Casablanc en escena es de actores únicos, de esas funciones en las que piensas, no lo podía haber hecho otro. Desplegando las alas de multitud de registros, Casablanc no se achica ante ninguno, sino que emerge cual ave fénix en un montaje en el que se exhibe a cuerpo y alma. Un personaje trágico que el actor humaniza. Sus treinta segundos de silencio son exquisitos.
Un loco de la escena, disciplina y verosimilitud. Yo, Feuerbach se quedará en la memoria del público y agradecerá a Jordi Casanovas, autor de la adaptación, el darnos a conocer este texto de Tankred Dorst, que bien debería estudiarse en todas las escuelas de teatro. Gracias.