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Silenciados, me gusta cuando callas...



Me encanta que me sorprendan. Silenciados lo hace desde el minuto uno, mostrando lo que a mí me gustaría hacer. Una buena dosis de cuerpo, sin llegar a ser danza, y sensibilidad. Una forma de contar las cosas elegante y a camino entre la sutileza y la muestra más bizarra, el montaje que dirige Gustavo del Río te atrapa desde el primer momento y no te suelta hasta el aplauso. Buenas imágenes y selección musical, todo milimétricamente ajustado en su justa medida, tanto que cuando algo se sale de esa norma, destaca demasiado, aunque no por ello borre la perfecta belleza del horror que contemplamos en escena.


Cinco personajes silenciados, callados, maltratados, torturados y asesinados tan sólo por una razón. Ser diferentes al que se creía normal. Un prisionero d Auschwitz, un activista gay mexicano, un homosexual religioso, un transexual y una víctima de bulling. Los cinco sufrirán en silencio, la queja no está bien vista, vivirán de la incomprensión, de intentar ser queridos y del miedo a su propio miedo.


Nada más empezar, agobio. Cinco hombres luchan por resucitar, por salir de un plástico que los mantiene sin respiración. Silenciados habla de la incomprensión humana y lo hace sin juzgar al que no comprende. Una obra sobre temática homosexual que no pretende conquistar a este público con exhibiciones gratuitas ni descaros de plumas locas. No lo necesita y se agradece tanto. Hay desnudos sin forzar la desnudez. El humor está a cuentagotas y nos cuesta reírnos pero lo hacemos, aunque la emoción se apodere de nosotros ante la impotencia y el conocimiento de que el mundo está lleno de silenciados, de hombres y mujeres sin libertad que se esconden para buscar el amor. Un montaje elegante, bien dirigido y enlazado, donde el cuerpo se vuelve silueta, hecho con mimo y con cariño. Teatro del que te deja poso, del que te impresiona.


Una paliza actoral, a veces demasiado brusca y descontrolada, donde se evidencian los movimientos fuera de lugar. Una única pega para un trabajo exquisito que mezcla cuerpo e interpretación para dar lugar a una única cosa: sensibilidad. Cuando algo se hace notar en contadas ocasiones es porque el resto del tiempo la obra goza de una perfección asombrosa. Nueve años girando juntos con esta función y se nota. Por orden de aparición, Juan Caballero, sin miedo a nada, retrata con delicadeza el horror del sufrimiento de Auschwitz; Pedro Martín conmueve con la mirada, Gustavo del Río, aunque despista a veces, encarna con soltura todos sus papeles, Jonatan Fernández se mueve con más sensualidad que muchas mujeres y realiza un trabajo corporal exquisito, y Nicolás Gaudé peca de brusquedad pero acompaña al resto del reparto con humor.


Cambios de registros, emoción y cuidado escénico acompañan a una buena selección de imágenes ricas es carga expresiva y con fuerza. Todo esto hace de Silenciados una obra que no hay que perderse.


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