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El Perro del Hortelano, quiero no querer



La historia de El Perro del Hortelano no es nueva y la hemos podido ver en multitud de ocasiones. Aportar alguna novedad puede ser complicado. Helena Pimienta, apoyada por la versión de Álvaro Tato, consigue impregnar de unas dotes cómicas a la dama y el galán más propias, por lo general en el Siglo de Oro, de los criados. Todo un acierto pues consigue que El Perro del Hortelano sea lo que debe ser, una comedia por todo lo alto. Todo, claro está, sin romper lo clásico y lo palaciego de la función, algo que pocas veces puede permitirse la Compañía Nacional de Teatro Clásico.


Una dama, su secretario, su criada, su primo, un marqués, otro criado y un padre que busca un hijo. Todos se funden en esta comedia de Lope de Vega para crear un enredo amoroso del que ni come ni deja comer…, vamos, el que conocemos todos, la historia sigue siendo la misma.


Helena Pimienta dirige un montaje que se rige por las mismas estructuras que se rigen las obras que salen de esta compañía de teatro clásico, clasicismo, versos bien dichos y un puñado de buenas ideas. La idea más destacable es la capacidad conseguida de dotar de humor a unos personajes que, en la mayoría de las ocasiones, se quedan vacíos en su acto de amor. Los enamorados llegan a un extremo cuando se enfrentan que sorprende al espectador. Eso sí, puede peligrar que el conflicto parezca menos importante –se intenta arreglar con un toque contemporáneo que no acaba de encajar del todo-, pero una vez que aceptamos el riesgo, vamos a por todas, aunque no podamos perder la rigidez que da el Teatro de la Comedia. Una comedia de palacios venecianos que aprovecha lo mejor de un texto hecho para conquistar al espectador. La libertad de la mujer, capaz de manipular a su antojo el futuro de iguales y criados, esa libertad que pocas veces existía en la época, aquí se subraya y se ensalza.


Tres intérpretes destacan cada vez que salen a escena. La Diana de Marta Poveda, el Tristán de Joaquín Notario y la Marcela de Natalia Huarte. Poveda consigue divertirnos, aporta un halo de frescura al personaje que nos convence y está genial en las idas y venidas de Diana a favor o en contra del amor, mostrando una cara al público que jamás podría mostrar en palacio. Huarte, por su parte, criada de esta, aprovecha muy bien en los dos primeros actos su papel de criada, dotándola de viveza, pero en el último se vuelve más dama que su dama y, una pena, su papel queda desdibujado en un final en el que ya nada importa para ella. De repente, se alegra de un futuro que había detestado hasta la fecha. Divertido el trío de criadas que forma con la llorona Alba Enríquez y la pelota Nuria Gallardo. Y Notario, un criado parlanchín que aprovecha cada verso y encandila al espectador. Rafa Castejón acierta en el punto justo de niño de su Teodoro, pero nos despista un seseo raro en su recitar. El resto de criados y señores aprovechan sus apariciones aunque sean escasas.


El Perro del Hortelano se convierte así en una comedia hecha para entretener con una propuesta donde el dolor de los personajes desaparece para dar lugar a una especie de juego escénico donde todo se vuelve un poquito más superfluo. Un acierto porque muchas veces este tipo de obras consiguen que lo que menos nos importe es el conflicto amoroso entre la dama y el galán. En esta ocasión, nos divierten las idas y venidas y disfrutamos con ellos. Por cierto, han conseguido que el verso desaparezca como obstáculo para el espectador desde los primeros diálogos. Buen trabajo, no se podía esperar menos.


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