Escuadra hacia la muerte, turbio pasado
Tenía muchas ganas de ver esta obra. Una generación de autores infravalorada que hoy se rescata sin demasiado acierto. La propuesta de Paco Azorín se queda un tanto descafeinada hasta para los que conocen y aman el texto de Alfonso Sastre. Interpreté el monólogo del frío de Javier en la escuela y los textos, bajo la dirección de Azorín, suenan neutros, en una fría línea continua que se apodera de los personajes.
Una ratonera, no hay salida. En una futura –o quizá presente- Tercera Guerra Mundial, cinco soldados con un turbio pasado se enfrentan a su propia muerte, la ven de frente, la miran a los ojos. Los cinco y un capitán que les enseña disciplina a base de palos y malos modales. El capitán también se encuentra frente a frente con la mujer de negro. No hay escapatoria. Están ahí para morir. Por la patria, dicen. Pero a ninguno le importa la patria. Sin embargo, tienen la esperanza de que al final nada pase y puedan volver a sus casas a retar a su presente. A medida que avanza la acción, la obra de Sastre se convierte en un análisis sobre el arrepentimiento, sobre la culpa y la conciencia. Interesante.
El escenario se divide en dos verticalmente; una pena que la primera planta de la escenografía no se pudiese ver desde la primera fila en la que me ubicaba. Me perdí algo importante, la superficie, lo que hacen los soldados cuando respiran aire limpio. Algo a tener en cuanta a nivel escenográfico, no debería haber visibilidad reducida en la primera fila. Por este motivo, me centraré en esta crítica en lo que ocurre dentro del bunker. La Tercera Guerra Mundial se presenta fría, neutra y con los corazones congelados. Paco Azorín decide no apostar por la energía y la pasión, sino que coloca el alma de sus protagonistas medio muerta y la acompaña con textos de Bertolt Brecht que pausan la acción y alejan al espectador. Eso sí, buena elección de fragmentos. Esta neutralidad hace que la escena y sus conflictos se encuentren en un punto medio nada apetecible. Por lo menos para mi gusto. Las tragedias a medio gas dejan de serlo en escena. Tampoco parecen funcionar los momentos de guitarra eléctrica y modernismo sin sentido.
Esta decisión de Azorín hace que el trabajo de los intérpretes no rinda lo suficiente. Podrían haber dado mucho más de sí. Jan Cornet e Iván Hermes sienten y padecen, son los más pasionales. Cornet consigue que empaticemos con su personaje desde el principio, aunque deja entrever una luz oscura muy interesante, casi invisible. Hermes dota a su Andrés de una sutil cobardía muy apropiada. Julián Villagrán, actor poco aprovechado, no infunde el miedo que debería, algo que intentan agrandar sin conseguirlo el resto de personajes con sus reacciones. Dota al Cabo Gobán de un tono demasiado agudo que no le funciona. Unax Ugalde, Agus Ruiz y Carlos Martos intentan poner tensión en la acción pero responden a las necesidades de dirección y no funciona del todo.
Escuadra hacia la muerte necesita más pasión en escena. La frialdad siento que no le viene bien y, aunque el reparto sale a escena con ganas, la energía se queda en la superficie y el bunker resulta frío e inhóspito, quizá eso es lo que buscaba Azorín. La pena es que el patio de butacas también reciba ese frescor y no logre sentir la difícil situación que viven los personajes. Sus hechos extremos terminan por no entenderse y eso no debería suceder. Lo único que nos queda al final es la supervivencia. La luz que nos ilumina al final del camino.