top of page

La cicatriz, el amor es un pasodoble



El sexo, el amor, la dependencia, la necesidad, el ansia, las ganas de cambio, de escapar de la rutina, de sentirse deseado,… De querer sentirte especial. David Ramiro Rueda escribe y dirige este drama personal sobre la infidelidad y la infelicidad humana protagonizado por Adriana Salvo y Álvaro Quintana. “Me encantaría conocerte más a fondo, saber qué es lo que piensa tu cabecita, ver más allá de lo que dejan ver tus ojos”, frases que sentencian y definen La cicatriz.


Una mujer. Un hombre. ¿Qué son? Amantes, ¿algo más? Un gigoló y su clienta. ¿Hay sentimientos más allá de la hora pagada? Un texto sobre la necesidad intrínseca del ser humano, sobre las ganas de querer más, del inconformismo, de la valentía y de la cobardía. Cuando el deseo se convierte en una droga que no puedes controlar, surge La cicatriz. Cuando esa marca se mantiene de por vida, surge el amor eterno.


La cicatriz se define por una calma exterior que atrapa el terremoto interior que viven sus personajes. Una definición cierta y cuya esencia intento mantener a lo largo de la función pero que se evapora poco a poco, convirtiendo la obra en un texto extenso que no logra transmitir al espectador esa incertidumbre que se apodera de los personajes ni crear una atmósfera apropiada para sumergirlo en la mente de Estela y Dámaso; el ruido y los aplausos constantes de la sala de al lado tampoco ayudan. Amante y amada, una paga y el otro parece entregarse, todo para llegar a un precipitado giro final, que no termina de impactar. La cicatriz promete pero no da. Sobre todo porque la imposibilidad mayor para cumplir los deseos de los personajes, que esa especie de inferioridad de ella frente a él, por la edad, por el físico,… no sé da en escena. Adriana Salvo no tiene nada que enviarle a Álvaro Quintana, ni siquiera pueden verse muchos años de diferencia entre ambos intérpretes. Ese fallo de casting en cuanto a los perfiles hace que la historia sea menos creíble. Eso sí, todo un acierto la belleza que transmite la desnudez, una puesta en escena elegante y sutil, donde la piel lo dice todo.


Sin embargo, hay algo de dolor interno que llega al espectador, que lo mantiene en silencio y atento. Y ese algo lo transmiten Salvo y Quintana. Ella, la luz en Píntame, la sombra en La cicatriz. Su vida está teñida de grises. Él, fuego que emerge entre sus caricias contadas, mantiene un filo hilo de estabilidad que peligra convertirse en plano pero consigue no serlo. Ambos intentan sacar agua de la sequía, llamas de la ceniza, pasión de un texto que no la tiene. Sin embargo, no termina de establecerse la conexión que es imprescindible en un trabajo de a dos.


La cicatriz se sumerge a ese amor que todos queremos conseguir, el amor eterno, el amor de nuestros abuelos, de nuestros padres, ese amor que se mostraba en las plazas del pueblo, en ese baile agarrado, en ese pasodoble que sólo se baila con el más querido. Ramiro Rueda tiene buenas ideas en esta obra pero se golpean unas a otras en un texto demasiado explicativo que no termina de encajar y es una pena porque se transmite belleza en el escenario y sé que los intérpretes pueden dar mucho más de sí. Y apelo a lo que no se dice en escena para transmitir lo que sienten los personajes, apelo a las miradas, al tacto,… Espero que lo consigan.


 Últimas  
 Criticas  
bottom of page