¡Qué bello es morir!, muerte en doce minutos
Hubo en su día una pieza de microteatro que se llamaba Me quedo muerta, escrita por el periodista Màxim Huerta, que sorprendió a muchos y divirtió a unos cuantos. Una obra con un amplio recorrido que ahora sirve de excusa para hacer un montaje de hora y media con siete piezas cortas que hablan sobre la muerte. La pena, que un montaje pobre y sin originalidad teatral consigue que el espectador se quede con eso, con que tan sólo es una excusa para ampliar lo que en su día estuvo bien como estaba.
Siete piezas que hablan de la muerte en todas sus vertientes. Los muertos, los que sufren el duelo, los que no saben que están muertos, los que trabajan más allá de la muerte, los que buscan un futuro mejor sea donde sea,… Incluso una escena en la que la muerte sólo pasaba por allí o se oyó hablar de ella. La muerte nunca fue tan poco triste.
Al texto de Huerta le acompañan autores de la escena teatral contemporánea que trabajan y muy bien. Antonia San Juan, Félix Sabroso, Alfonso Zurro, J. Manuel Serrano Cueto, Alberto Velasco y Fernando J. López son los elegidos para escribir sobre la muerte. Si bien es cierto que no nos encontramos ante sus mejores textos, hay que decir que la dirección de Esperanza Lemos, manida y sin pretensiones, no ayuda en absoluto. Cambios de escena a base de oscuros eternos, personajes sin dificultad, un humor simplón, y sin gracia en muchas ocasiones, y decisiones erróneas a la hora de afrontar los textos hace que ¡Qué bello es morir! sea más bello cuando te das cuenta de que estás en la séptima pieza.
El reparto que sufre este montaje hace lo que puede, aunque tampoco se adentra creativamente para hacer más divertida la función. Beatriz Rico no se implica, actúa porque tiene que actuar y no hace nada que destaque. Fran Antón se defiende pero acaba cayendo como el que más. Y el aplauso final sin camiseta no hace más que constatar que está ahí por tener un cuerpo bonito. Una pena. Josele Román hace bien lo que hace, cumple y divierte, pero no consigue salir de su papel de barriobajera y soez.
En definitiva, ¡Qué bello es morir! presenta otra forma de ver la muerte, divertida y picante, pero me quedo con la impresión de que está hecha sin ganas, sin implicación y casi por obligación. La obligación de estirar un éxito hasta convertirlo en eso, en un chicle que se queda sin sabor cuando se estira demasiado en nuestra boca.